¿Alguna vez se ha preguntando cuántos kilómetros ha recorrido ese alimento que comió al almuerzo o en la cena de anoche? Tal vez se sorprenda al saber que en el mejor de los casos pueden ser cientos en Colombia, pero que en países como Estados Unidos, según el Worldwatch Institute, eso que la gente come promedia entre 2.500 y 4.000 km de recorrido entre la granja y la mesa. En el Reino Unido, el número se aproxima a 8.000 km y en Australia, de forma acumulada, la canasta básica de alimentos puede llegar a sumar 70.000 km de recorrido total.
La geografía influye, por supuesto, y ha sido justamente Australia uno de los ejemplos donde las necesidades alimentarias de las ciudades han promovido las huertas urbanas y caseras, una manera de llevar pequeñas porciones del lejano campo al balcón de un apartamento o al jardín de una casa. En Colombia fue justamente ese modelo el que inspiró a Veggie Box, una empresa que desde enero de este año destina una de sus líneas de servicio a instalar y a asesorar cultivos de muy pequeña escala en hogares. También lo hace Ecotelhado, otra firma que desde hace dos años comenzó a experimentar con microsiembras de alimentos en casas y oficinas, al margen de su experiencia en jardines verticales y techos verdes.
“Una de las grandes ventajas que tienen estas pequeñas huertas es la garantía de que lo que producen es orgánico, libre de químicos. El sustrato (la tierra) también viene al natural”, dice Andrés Galofre, fundador de Veggie Box.
“Los productos son infinitamente más frescos”, opina Andrés Encinales, quien desde hace cerca de un mes instaló una huerta junto a la terraza que da al comedor de su apartamento: lechuga morada, acelga, albaca, toronjil, cebollín. Él solo se preocupa por regar de tanto en tanto las plantas, siguiendo las indicaciones que le dieron los expertos para el cultivo.
Los defensores de esta tendencia no solamente hablan de la calidad de los productos orgánicos, también de sus beneficios para la salud, para el medioambiente y hasta de la buena opción que representan a la hora de invertir el tiempo libre. Su vigencia actual parece proyectarse con mayor profundidad en el futuro de las latitudes suramericanas, donde de acuerdo con las proyecciones de ONU-Hábitat, el 90 por ciento de la población se concentrará en las ciudades para 2020. “Es una buena opción. Además de tener el consumo directo de los productos en su casa, cada usuario tiene la garantía de haber participado del crecimiento de las plantas. Hay más calidad y menos huella de carbono”, explica Alba Lucía Camacho, directora administrativa de sostenibilidad de la firma Ecotalhado.
Una furgoneta o un camión tradicional para el transporte de alimentos producen entre 80 y 120 kilogramos de CO2 por cada trayecto de 100 km. El gas poco a poco subirá hasta la atmósfera y contribuirá al efecto invernadero. Esta es apenas una parte de la huella ambiental que deja el modelo del mercado tradicional y que las huertas caseras pretenden disminuir. Esto sin contar la cantidad de agua necesaria para mantener los grandes cultivos.
Una huerta casera tarda uno o dos meses en dar su primera cosecha, si es cuidada de la manera adecuada. A las casas llegan las semillas ya germinadas o las plántulas (tallo y hojas) que han sido criadas en cultivos, y el ciclo natural comienza a repetirse. Es necesaria un poco de paciencia, pero esta alternativa cuenta también con herramientas para paliar la espera: mientras crece el alimento y una vez este es consumido, las pequeñas siembras sirven para decorar la casa